Los médicos identifican mutaciones genéticas nunca vistas que provocaron el hambre insaciable de 2 niños
Dos niños que experimentaron un hambre intensa e insaciable que les llevó a comer en exceso tienen mutaciones genéticas raras y nunca vistas que interfieren con la leptina, una hormona clave que ayuda a indicar al cuerpo cuándo está lleno, según un nuevo informe de caso.
Después de que las células de grasa blanca produzcan leptina, ésta se conecta al tronco encefálico y al hipotálamo, regiones cerebrales que ayudan a controlar el apetito. Mientras que la "hormona del hambre", la grelina, fluctúa constantemente, aumentando con los ayunos y disminuyendo tras la ingesta de alimentos, los niveles de leptina permanecen relativamente estables y están relacionados con la cantidad total de grasa blanca del organismo. Así, la leptina indica al cuerpo cuánta energía ha almacenado en grasa y lo pone en "modo de inanición" cuando esas reservas son demasiado bajas.
En raras ocasiones, las personas pueden ser portadoras de mutaciones genéticas que interfieren en la producción o secreción de leptina, o bloquean eficazmente sus efectos en el cerebro. Antes del nuevo caso, publicado el miércoles 14 de junio en la revista The New England Journal of Medicine, los científicos habían hallado 21 variantes genéticas que afectaban a la producción, liberación o sensibilidad de la leptina, provocando un hambre insaciable, conocida como hiperfagia.
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En el nuevo caso clínico, los autores describen a dos niños no emparentados, un varón de 14 años y una niña de 2, portadores de mutaciones genéticas alteradoras de la leptina ligeramente diferentes.
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Ambos niños tenían altos niveles de leptina en sangre, lo que coincidía con sus elevados porcentajes de grasa corporal. Tras descartar los síndromes de Prader-Willi y Bardet-Biedl -otras dos enfermedades genéticas raras que pueden provocar un gran apetito y aumento de peso en la infancia-, los médicos comprobaron el gen de la leptina de cada niño, denominado LEP. Descubrieron que cada niño era portador de una versión distinta, o variante, del gen LEP; denominaron P64S al niño y G59S a la niña. Estos genes codificaban versiones ligeramente modificadas de la leptina.
Mediante estudios con células humanas en placas de laboratorio, el equipo comprobó hasta qué punto la leptina infantil se unía al receptor al que normalmente se conectaría en el cerebro. Ambas versiones de leptina se unieron al receptor, pero desencadenaron "una señalización marginal, si es que la hubo". En presencia de leptina normal, las versiones variantes bloqueaban el receptor y no permitían que la leptina normal se conectara.
Así, aunque los niños producían grandes cantidades de leptina modificada, la hormona no podía indicar al cerebro que sus cuerpos contenían grandes cantidades de energía almacenada. Sin esta señal, el apetito de los niños no podía saciarse: sus cerebros intentaban compensar un déficit energético inexistente.
Para tratar a los niños, los médicos les administraron metreleptina, una forma sintética de leptina. Al principio, ambos niños necesitaron "dosis superiores a las habituales" del tratamiento para superar los efectos de sus variantes de leptina en el cerebro. Ambos niños también participaron en programas de ayuno y ejercicio, para ayudar a reducir su grasa blanca y, por tanto, su producción de leptina. Esto "evocó finalmente una respuesta terapéutica, con una normalización de la ingesta de alimentos y la saciedad y la pérdida de peso", escribieron los autores en el informe del caso.
Ambos niños desarrollaron anticuerpos contra la metreleptina, como esperaban sus médicos, pero esto no pareció afectar a la eficacia del fármaco. No hubo efectos secundarios graves y "ambos pacientes alcanzaron finalmente un peso casi normal".