Do MRIs With Contrast Give You Migraines Too?

Do MRIs With Contrast Give You Migraines Too?

Vivir con esclerosis múltiple significa que cada 6 meses me encuentro en la misma posición: tumbada e inmóvil en una estrecha mesa de resonancia magnética. Es una rutina que conozco bien, pero cada visita me sigue resultando difícil, sobre todo cuando se trata del medio de contraste utilizado durante el procedimiento.

Para quienes no estén familiarizados con el contraste de la IRM, se trata de una sustancia que se inyecta por vía intravenosa y que aumenta la visibilidad de determinados tejidos y órganos, creando imágenes más claras que los profesionales médicos pueden analizar. Esta adición aparentemente sencilla al procedimiento trae consigo un acompañante no deseado para mí: las migrañas.

El proceso de la resonancia magnética es una secuencia bien coreografiada. Primero hay que colocarse con cuidado: tapones en los oídos, auriculares con Taylor Swift, la cabeza sujeta con almohadillas y un casco en forma de jaula sobre la cara. La exploración inicial dura aproximadamente una hora, durante la cual debo permanecer perfectamente inmóvil mientras lucho contra la sensación de claustrofobia que me provocan el casco y el espacio reducido. Entonces llega el momento que tanto temo. El técnico entra para inyectarme el contraste, recitando la lista de posibles efectos secundarios: "Náuseas, mareos, dolor en el lugar de la inyección y dolores de cabeza". Como migrañosa de toda la vida, he aprendido que cuando la medicación menciona los dolores de cabeza como efecto secundario, es menos una posibilidad y más una certeza.

A pesar de mi optimismo de que "quizá esta vez sea diferente", el patrón sigue siendo frustrantemente constante. Mientras la vía intravenosa suministra el contraste, me preparo no sólo para la incomodidad inmediata de la aguja, sino para la inminente migraña que sé que vendrá. Al anochecer, el dolor de cabeza ya se ha instalado y empiezan a aparecer los síntomas de la migraña. Incluso con medidas preventivas como acostarme temprano, con la esperanza de restablecer mi sistema, me despierto y descubro que una migraña en toda regla se ha apoderado de mí.

La experiencia tiene un peso que va más allá del malestar físico. Hay frustración por haberme visto forzado a esta situación, sabiendo que el contraste -aunque médicamente necesario- desencadenará un episodio de migraña. Hay un enfado autodirigido por no poder evitar que el dolor de cabeza aumente, aunque la experiencia ha demostrado que esto está en gran medida fuera de mi control. Y, por supuesto, hay varios días de ansiedad esperando la respuesta a mis resultados. La carga emocional y los síntomas físicos crean un ciclo de estrés y dolor que parece imposible de evitar.

Aunque se trata de una experiencia recurrente, en los meses que transcurren entre las resonancias magnéticas, mi mente parece olvidar lo que se avecina. Olvido la intensidad de la claustrofobia que acompaña a esas dos horas en la máquina. Olvido cómo reacciona mi cuerpo al contraste. Este amortiguador mental me permite afrontar cada nueva exploración con esperanzas renovadas, aunque la historia sugiera lo contrario.

Esta reacción al contraste no es un incidente aislado en mi trayectoria médica. He observado un patrón constante: cuando los medicamentos indican dolores de cabeza como efecto secundario, mi cuerpo parece interpretarlo como un requisito más que como una posibilidad. Es un recordatorio de lo individuales que pueden ser nuestras respuestas a las intervenciones médicas y de cómo lo que puede ser un inconveniente menor para algunos puede representar un reto importante para otros.

Para quienes padecemos enfermedades crónicas, estas experiencias se convierten en parte de nuestra narrativa, no sólo los síntomas primarios de nuestras enfermedades, sino también los retos secundarios que conllevan el seguimiento y el tratamiento. Son historias que a menudo no se cuentan en los manuales de medicina, pero que constituyen una parte importante de nuestro recorrido sanitario. Cada cita para una resonancia magnética se convierte no sólo en un procedimiento médico, sino en una preparación mental para las secuelas que sabemos que vendrán después.

Aunque las resonancias magnéticas son cruciales para controlar la progresión de mi esclerosis múltiple, cada exploración tiene su propio coste: un día o más perdido por los síntomas de la migraña, la tensión mental de anticipar el dolor y la frustración de saber que todo esto es necesario para mi salud a largo plazo. Se trata de un delicado equilibrio entre la atención médica adecuada y la calidad de vida, un equilibrio que muchos pacientes con enfermedades crónicas conocen muy bien.

Mientras me preparo para mi próxima resonancia magnética dentro de seis meses, sé que el ciclo volverá a empezar. La ansiedad aumentará, la claustrofobia volverá y el contraste probablemente desencadenará otra migraña. También sé que es un compromiso necesario para mantener mi salud. Así que, en lugar de sentirme derrotada tras una experiencia de diagnóstico por imagen difícil, voy a alegrarme de que los resultados de mi resonancia magnética fueran claros y no mostraran progresión de la enfermedad. Aunque es una pena que el contraste de la IRM me provoque migrañas, ¡me enfrentaré con gusto al dolor de cabeza si eso significa que tengo la tranquilidad de saber que mi esclerosis múltiple es estable!

Conéctate con otras personas que viven con migraña

Categorías:

Noticias relacionadas